La reciente historia de la oftalmología nos demuestra que, en los últimos años, los grandes avances de la especialidad han sido precedidos de una fragmentación y compartimentación de las áreas de estudio de las diferentes estructuras del ojo. Como consecuencia de esta ramificación han surgido conceptos completamente nuevos y una nueva forma de abordar los problemas oculares y su tratamiento.
Singularmente, los que desde hace ya algunos años nos dedicamos al segmento anterior del ojo hemos visto con asombro como córnea, glaucoma y cristalino se constituían en subespecialidades. Como, dentro de la córnea, las cuestiones refractivas se separaban de las médicas, la membrana de Descemet adquiría vida propia y era susceptible de ser estudiada y manipulada al margen del estroma. La superficie ocular se tornaba un pequeño órgano en el que el limbo, sometido a la influencia de factores neuronales, vasculares, etc., era un centro regenerativo en estrecha relación con la película lagrimal, el parpadeo, el borde palpebral y la conjuntiva.
Como consecuencia, donde antes diagnosticábamos una queratitis inespecífica, ahora tenemos una insuficiencia límbica, y como resultado de un mejor conocimiento de la función y la fisiopatología podemos abordar un tratamiento mucho más específico y quizás programar una epiteliectomía secuencial o un trasplante de limbo.
Ahora le ha tocado al borde palpebral. Desde siempre, una enorme cantidad de pacientes han acudido a nuestras consultas expresando síntomas inespecíficos como picor, sensación de cuerpo extraño, irritación crónica etc., y desde siempre han sido englobados bajo el diagnóstico inespecífico de blefaritis: inflamación del borde libre del párpado, y tratados de forma inespecífica.
En los últimos 10 años han aumentado exponencialmente los estudios y publicaciones sobre el borde libre del párpado y su trascendental importancia en la formación y el mantenimiento de la película lagrimal. A medida que profundizamos en su estudio descubrimos nuevas funciones de viejas estructuras y aprendemos de las enfermedades que surgen de su disfunción.
Es, sin duda, el momento del consenso. De ponernos de acuerdo en las denominaciones, de poner nombre a las diferentes disfunciones y de llegar al tratamiento específico.
Enhorabuena a los autores que se han puesto manos a la obra y someten ahora sus conclusiones a la comunidad oftalmológica. Han comenzado por definir el término de disfunción de glándulas de Meibomio, y a partir de este simple acuerdo ya podemos empezar a valorar su prevalencia, sus causas, subtipos y posibilidades de tratamiento.
Sin duda aún nos queda mucho que aprender de esas pequeñas estructuras palpebrales, trascendentales para la superficie ocular.
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